Si no he podido actualizar el blog con la frecuencia que me gustaría ha sido en parte porque estuve un mes de prácticas en una residencia de ancianos. Allí es un no parar, imagina: una sola enfermera pasa casi dos centenares de pacientes. En mi corta pero fructífera estancia allí conocí varios abuelitos con los que empatizé. Son personas por lo general muy agradables acostumbradas a escaso cariño pero que en cuanto perciben aunque sólo sea un poco se aferran a su dador. Todos sus días son iguales; la rutina se adueña de ellos de tal forma que nunca saben en que día viven. Apenas circulan de su habitación al comedor y para nada salen al mundo exterior. Vamos, que conocen la monotonía en todo su esplendor. ¿Dónde quedan aparcados sus gustos? ¿Cuán tortuoso es para ellos divisar tras la ventana lejanos almendros en flor y no poder aproximarse a apreciar su olor y los detalles de su corola? ¿En qué recóndito rincón de su mente quedan apartados sus extensos conocimientos?
El problema es que ya han sido acostumbrados a vivir así de tal forma que para ellos se ha convertido en algo totalmente normal pero..., ¿es eso vivir? Rotundamente no. Sería más correcto llamarlo "sobrevivir" ya que lo único que hacen es dormir y comer, comer y dormir.
A nivel general hay tres clases de abuelos en la residencia: los que menos abundan son los que mejor están y que por ende pueden libremente entrar y salir del recinto; en el extremo contrario tenemos aquellos ancianos totalmente dependientes, inmovilizados y con importante deterioro cognitivo; y en tercer lugar existe un punto intermedio donde encontramos a la mayoría. Los abuelos clasificados en el punto intermedio pueden andar con ayudas técnicas y pueden mantener conversaciones. Atendiendo a éstos y prestándoles ayuda se puede conseguir motivarlos, descubrir sus inquietudes y sueños, averiguar que es lo que más les gusta hacer y propiciar con preparación física y psíquica que lo acaben realizando. Es importante al principio no fijarse grandes objetivos inalcanzables sino pequeños objetivos fáciles de alcanzar que motiven y sirvan de trampolín a objetivos progresivamente más complejos que desemboquen en el gran objetivo final. Si finalmente se alcanza el objetivo se sentirán mucho mejor y estarían dejando atrás la vida tan rutinaria y aburrida que acostumbraban. Mejorarán en salud y parecerán incluso más jóvenes. Así los estaríamos "rejuveneciendo" y alejando de los abuelos de segundo tipo inmovilizados y dependientes. No haciendo nada simplemente se acercan ellos solos al tipo de ancianos más frágiles y.. lo triste es que si empeoran hasta ese punto es muy improbable que salgan de ahí o que evolucionen favorablemente.
Todo esto resulta utópico porque lógicamente esto sería lo mejor para mejorar la calidad de vida de los abuelos pero queda muy lejos de la cruda realidad. En las residencias no se hace lo que tantísimo les beneficiaría. Como mucho les dan que hagan sopas de letras, dibujos o alguna manualidad... y... no a todos.
Estamos muy lejos de amarrar anclas sobre la isla utopía y para colmo la crisis económica impide incluso que el barco sea construído. Mientras tanto unos cuantos cientos de corruptos zarpan en sus yates privados hacia islas de su propio patrimonio. Para colmo el gobierno actual quiere excluir a la terapia ocupacional de la rama sanitaria. No se pueden hacer las cosas peor. Si ya hay pocos terapeutas a este ritmo habrá muchos menos. Su labor es muy necesaria y tienen muchísimo que ver con la calidad de vida de estos abuelitos. Sin ellos la isla utópica simplemente se hundiría para siempre en el océano.
Espero que mi opinión haya quedado clara. Por nada del mundo querría ingresar yo en una residencia de ancianos en el futuro. ¡Ni borracho! Y tampoco sería tan malvado como para permitir que algún familiar o allegado recalara en una de esas prisiones.
Me despido con una abuelita australiana llamada Dorothy De Low que con sus cien años participó en el mundial de Ping Pong: